Cuando hace años, antes de publicar mi primera novela, fantaseaba con llegar a ver alguna remota vez, una obra propia convertida en libro, era complicado pensar que aquella querencia, llegaría no solo a darse si no a convertirse en hábito.
Conviene tener siempre presente de dónde y por dónde se viene, porque no llegué a convertirme en escritor siendo precisamente un chaval.
Y ahora las miro, a las cinco, y siento una gran nostalgia. Cada una de ellas, marca una etapa de mi vida. Diría que en porciones de dos o tres años. Muchas de las propias experiencias, otras cercanas, han sido trasladadas a negro sobre blando en sus páginas, pero no de manera directa. Evidentemente van camufladas en personajes, en tramas remotas y alejadas en el tiempo, ocultas en fechas, desprovistas de sus particularidades para de verdad, ni yo reconocerlas cuando las escribía. O cuando posteriormente las leía.
Naturalmente, conmigo no pude hacerme trampas, pero la intención ayuda a seguir adelante.
No están mis novelas, habitualmente juntas por mi biblioteca personal, como os muestro en la foto. Mi colección de libros, que ya casi no me entran en casa, se ubica en estanterías rigiéndose esencialmente por parámetros que priorizan el aprovechamiento del espacio. Así que el tamaño de los libros es determinante para estar situados en un lugar u otro.
Pero por lo menos hoy, tocaba reunir a las criaturas para la foto de una familia, que acaba de crecer en uno de sus miembros.