Con unas cuantas novelas publicadas, son muchas las presentaciones que he ido realizando de las mismas y de casi todas, regreso con algún recuerdo o detalle especial. Normalmente viene asociado a la relación con los lectores y es por eso que cuando me toca presentar en casa, la cita viene cargada de emotividad.
Me reencuentro con amigos, con lectores conocidos y otros que aún no lo son. Con vecinos también, gente con la que me cruzo a por las calles, por los bares o en las tiendas y que leen estas historias que escribo pero nunca me lo han comentado.
A mi a veces me pasa igual. Puedo cruzarme con un artista, un escritor o un músico cuyas obras aprecie y no soy capaz de romper el hielo para hacerle un comentario. Un decir «oye, que estoy al otro lado de lo que creas». Una mezcla de timidez y dudas.
No, no queremos molestar. No queremos cruzar esa línea y quizá llevarnos una impresión incómoda. Quizá con ello cambiaría nuestra precepción por el artista.
Así que como eso es lo que a mi a veces me pasa, pienso que a otros les ocurrirá igual. Pero en mi caso, no me molesta que alguien, aunque sea un desconocido y la situación no venga a cuento, cruce la línea. A fin de cuentas escribir es un ejercicio de soledad.
Estoy solo cuando escribo, cuando voy tejiendo tramas e ideas. Solo cuándo la novela se dirige hacia el juicio frente a un editor. Solo, solos, así estamos los escritores, cuando la novela ya publicada, viaja a los hogares de los lectores. Y ahí se pierde todo, ya no sabemos nada más de ella, salvo si alguien cruza la línea y nos lo cuenta.
Por eso las ferias de libros con sus sesiones de firmas, o las presentaciones, sirven muchas veces para repostar energía. Alimentar pero con mucho cuidado, un ego que como planta invasora, si se descuida puede dañar.
Este pasado 12 de noviembre, volví al salón de actos de la casa de cultura de Basauri. Su biblioteca, a la que bastantes veces he recurrido para documentarme o regalarme lecturas, está en el mismo edificio y muy cerca de todo ello, solo con cruzar la calle, está mi casa. Es curiosa y muy beneficiosa esta vecindad. Puedo bajar al portal y tengo a la misma distancia, el coche aparcado en el garaje, como la biblioteca.
Decía que volvía allí y era para presentar Paisanaje a mis amigos y vecinos. Muy feliz de ver reunidos a algo más de una cincuentena de asistentes y compartir juntos el sentido de esta novela.
A un mes de su publicación, asomaron en la reunión algunas opiniones de quienes la han leído y fueron tan amables, tan argumentadas y emotivas algunas de ellas, que salí todo ancho por la puerta. Casi rozando con los marcos.
Luego sí, ya me desinflo y se libera ese gusanillo que me inunda nervios ante la siguiente cita.