De vez en cuando sueño con mis abuelas.
Diría que siempre, me las encuentro en sus cocinas y los sueños, absurdos e imprevisibles como son, suelen deambular por los senderos del sin sentido.
Así todo, hay veces que despierto sin recordar algo importante que me han contado, una cuestión que me deja inquieto y molesto, hasta que el trajín de la rutina diaria, me hace desentenderme de ello. El caso es que reparo en esta historia, por una foto que he visto y que comparto.
Tengo que reconocer que soy un patán, tantos años teniéndolo delante, (actualmente como armario de trastos) y no me daba cuenta.
Lo mismo que pasa en los sueños. Lo ves en ellos, lo olvidas de seguido que despiertas y resulta que todavía hay uno muy cerca de ti.
Estos armarios de cocina, eran muy comunes hace más de medio siglo. Los había en muchas casas, al igual que en esa cocina de mis sueños.
La memoria me cuenta, pero no me fio del todo, que uno de estos es casi igual al que el que tenían mis abuelos maternos. Creo que aquel era un poco más grande, igual tenía un cuerpo más y bueno, también cambia el color.
No me cuesta nada ubicarme en aquella cocina, en el quinto piso sin ascensor donde tan feliz fui cuando de niño íbamos a verlos en veranos, en semanas santas, en navidad…
Uno de esos tres cajones, creo que el de abajo, guardaba los cubiertos. Otro tenia elementos mas grandes como cucharones, alguna espumadera… En el otro había servilletas y puede que también algún trapo de cocina.
Es acojonante la verdad, porque si me pongo a ello, creo que recuerdo perfectamente el clack que hacían los pestillos de las puertas al cerrarse, el tacto al asir unos tiradores de plástico que parecían de cristal, las cazuelas que se guardaban en la parte baja del armario o los platos y vasos que estaban en la superior.
En el centro de aquel mueble, había una puerta abatible que al bajarla quedaba sujeta por dos tiras de finas cadenas metálicas a los lados.
Y ahora sí, el recuerdo viaja, quien sabe porqué, a cenas de nochebuena.
Ahí, en ese mueble bar están las botellas. Hay vino, coñac 103, mosto, alguna de refresco, sidra el Gaitero… De allí se pasan cuando se hace sitio, las botellas que lo requieren, a la pequeña nevera, que está al lado del armario. Más a la izquierda, la puerta del balcón.
A día de hoy, otro armario similar, aun nos presta servicio, pero esto es ya en un lugar distinto.
Muchos de estos muebles terminaron en trasteros. El nuestro en concreto, se utiliza como armario de herramientas, en la casa donde pasamos veranos y días de descanso de vez en cuando. En un espacio que dedicamos para almacenar leña, recoger las bicis y distintos trastos.
Despojado por su poca funcionalidad de su utilidad en la cocina, sigue empleándose y sumando años.
A lo mejor nos equivocamos. Creo que me gustaría seguir viéndolo a mi lado al comer, al cocinar. Volverme loco para hacer en él un sitio al café, a los platos o a los ajos. A la vieja olla exprés.
Será por lo de ir cumpliendo años y años, pero se me ocurre que igual no era mala idea, dar la espalda a lo funcional, priorizando lo emocional.
Igual, hasta sabrían mejor las comidas.