No tiembla la tierra, solo lo hacen los principios

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En ese parque, un parque en el que de vez en cuando me refugio a leer por algunos de sus recovecos discretos, todavía permanecen los restos de algunos abedules, talados hace tiempo.
Los troncos, podados, liberados de las ramas más finas de sus copas, reposan junto a los tocones, que atestiguan el lugar que en su momento, ocuparon entre la fronda del lugar.
Diría que así, derribados sobre la hierba, podrían asemejarse a los restos ruinosos de un templo de la antigua Grecia. Columnas desposeídas de la virtud para la que fueron creadas, léase sostener. Básicamente eso, sostener lo que fuere. En cambio, estas otras columnas de madera que avanzan lentas hacia la podredumbre, que confiere la muerte y la intemperie, más que ser útiles para apuntalar, pudieron serlo para sujetar.
Sujetar el suelo por ejemplo, que no hay territorio firme que no se tambaleé en algún momento bajo nuestros pies.
Lo he comprobado varias veces, recientemente también. Que hay que ver la incertidumbre que genera eso de que se tambaleen algunos principios sentidos como un norte.
Ese temblor de tierra, amenaza con optar por emprender rumbos inesperados. O quizás por contra, insta a tensionar las raíces en una, quien sabe, desesperada lealtad al corazón o a la cabeza. O a la cabeza primero para que confronte con el corazón.
A saber.
En cualquier caso, al reflexionar, el fulano pensante se da cuenta de que en gran parte, la culpa es propia, por no verlo venir.
Pero ya no sigo por ahí, que me desvío de la idea que tenia al empezar a escribir y que de verdad, ya no recuerdo.
No os miento. Si acaso eso lo hago en las novelas. Ahí sí que planeo trampas, muchas de ellas para complicar las vidas de algunos desdichados y mejorar así las de otros miserables. ¿Qué seríamos sin el drama y la tensión ante el desenlace?
Y decía que no recordaba la chispa porque no la hubo, claro.


Escribir sin destino de vez en cuando, es puro deleite y resulta sorprendente a dónde puede conducir. Por ejemplo a replantearme para mí desasosiego, una cuestión que no venía a cuento pero que me incomoda. Lo mismo que el pensamiento se mece a veces a la deriva del capricho, lo mismo conecta con los dedos y un teclado para ponerse en negro sobre blanco.
Justo antes de empezar a escribir, cerré el libro que ando leyendo estos dias y tras revisar algunos mensajes en mi teléfono, le hice una foto al tronco este que tengo delante. En vez de actuar como un tipo sensato e irme a buscar un bar para echar una caña, que era el plan y no el de bucear entre mis recelos, me puse a teclear estas letras.
Los troncos, que ahí siguen claro, confieren sentido al espacio en el que crecieron. Además entre ellos juegan los perros, saltan los crios o hay quien descartando descansar sobre un banco, prefiere reposar de su paseo sentado sobre ellos. Que a ver cuantas veces encuentras un árbol caído en la ciudad para descansar. Va a ser que son imprescindibles.
Refresca, anochece. ¿Qué leches sigo haciendo aquí?
Venga, otra foto y me largo, que no pienso perdonar esa cerveza.