Algunos domingos por la mañana, pocos, menos de los que quisiera, me dejo caer por el mercadillo de libros antiguos que se monta en un extremo del Paseo del Arenal de Bilbao, justo al lado del que montan, también semanalmente, floristas de la villa o de sus alrededores.
Hoy, después de que este ávido lector se hiciese con más alpiste literario, que a saber cuando doy cuenta de él, puesto que la biblioteca crece a un ritmo que no me da la vida, me dediqué a dar un paseo por los alrededores.
Esos instantes de introspección, pues pasear en soledad y sin un rumbo fijo, suele serlo, pueden conducirte a saber qué recóndito lugar de la memoria.
Y así, a lo bobo, esta mañana de sol y algún breve chaparrón, de más sol después y ciudad amable, recordaba pues, otras mañanas de domingo cómo esta. Lejanas mañanas de empalmada después de una noche de fiesta y tragos. O de tragos y menos fiestas, pero mañanas que siendo tan jóvenes como para no pensar mucho en el mañana, nos recibían buscando un bar para desayunar un pincho de tortilla, para engañarnos con el credo de que sería posible, alargar sin fin la juerga del sábado.
Historias del medievo, por lo menos, porque bueno, ya no juego en esa liga, aunque de vez en cuando… casi.
Y no sé, me dio por ir tirando de la cámara del movil, porque la ciudad se mostraba chula, elegante. Alguna de esas fotos no ha quedado mal y he pensado en compartirlas, pero sus colores vivos, me muestran un Bilbao que no es el de esta repentina nostalgia de aquellas mañanas resacosas y frías.
La escala de grises de la que las he vestido, me ayuda a creer que no solo son los mismos escenarios, si no que a veces, podemos engañar al tiempo.