Pasó que volví a clase, a la que fué mi antigua escuela. Me invitaron a dar una charla a chicos y chicas de cuarto de primaria y no me lo pensé dos veces la verdad.
El sonido de la campana, el bullicio de los chavales, el puro recuerdo de aquella época vivida, e incluso la presencia en la charla de una veterana profesora que también lo fué mia, afloraron viejas sensaciones tal cual las recorbada.
Uno acudía con cierta precaución, nunca se sabe como va a reaccionar un grupo de cincuenta chavales a las tres y media de la tarde. La jornada para ellos seguro que ha sido dura, además hacía un poco de calor y la modorra puede atacar a cualquiera, pero esa tarde se quedó fuera, no apareció por allí.
Lo que les llamó la atención es que yo hubiese sido alumno del mismo centro que ellos y la verdad que me lo pusieron fácil. Se mostraron muy interesados en aspectos como el personaje de Akala, un chico poco mayor que ellos, el castro que aparece en la narración que estuvo hace mas de dos mil años sobre un monte que ellos conocen bien, sobre como sería la vida en aquel tiempo ocupando el mismo espacio que nosotros ocupamos ahora con una ciudad.
Así charlando se nos fué pasando el tiempo y sentí que estaba disfrutando de un premio, de algo que se parece y mucho a un sueño perdido que a veces asalta a este que escribe.
Un día, hace mucho ya, me vino la idea de que quizás debería haber sido profesor, me habría gustado, estoy seguro, profesor de literatura, no de otra materia, de esa en concreto. Igual esa idea me vino al tiempo que me iba tomando mas en serio esto de la escritura y es una idea que si me viene la procuro abandonar con rapidez, me envuelve en una extraña nostalgia de algo que nunca ha existido.
Y yo que aparte de cuatro apuntes sobre la novela no llevaba nada preparado para contarles, me veo al final intentando transmitirles entusiasmo por todo aquello que les guste, que les salga de dentro. Sensaciones que quizás aparezcan en ellos en el futuro y que a medida que crecemos, que crezcan, apartamos y apartarán por creerlas solo sueños, y aunque quizás lo fuesen, no está de mas dejarlos cerca, tenerlos a mano y no perderlos del todo. Desde cualquier manifestación artística a cualquier proyecto de vida.
Crecer y elegir va de la mano ciertamente y al elegir desechamos intenciones que quizás un día podían haber sido metas, y puede ocurrir, como en este caso del frustrado profesor de literartura que acuda inesperadamente el recuerdo siempre con la misma pregunta: ¿por qué lo hiciste?
Como aunque busque, estoy seguro de ue no encontraría una respuesta convincente por mucho que escarbe en la memoria, prefiero no hacerlo, ultimamente estoy empezando a creer que el premio no está casi nunca en la meta, que el premio es el viaje.